Perdonarme por querer encajar: la liberación de soltar el molde

Imagen creada con IA

Llevo casi 10 años siendo madre. Ya que lo soy desde muy joven, gran parte de mi maternidad se ha tratado de probarle a los demás que a pesar de ser joven, sí soy buena madre. Quizás no sé muy bien lo que hago, pero estoy aprendiendo sobre la marcha. 

Que, probablemente, no soy el tipo de madre que los demás esperan, pero que estoy haciendo lo mejor que puedo… y ahora creo que no lo estoy haciendo tan mal como muchas veces me lo han pintado

Luego de atravesar rumores, malentendidos y expectativas tácitas, me di cuenta de que el peso de constantemente tratar de encajar en el molde de la madre ideal que tenían mis amigas, mis familiares e incluso personas que no me conocían para nada, se volvió insostenible

¿Qué piensa Gabriela, que no tiene hijos, sobre cómo soy como madre? ¿Qué piensa sobre el comportamiento de mi hija neurodiversa y mi forma de ayudarle? ¿Qué piensa Ángeles, que acaba de ser madre, sobre mí? ¿Es ella mejor madre que yo? Todos parecen pensarlo. Y lo he notado, no con palabras, sino con miradas, con elogios selectivos… pero seguro me lo estoy imaginando, ¿verdad? 

Marianna Bogady

El molde de la madre perfecta: ¿Quién lo hizo y por qué me lo creí? 

El molde no tenía nombre, pero ya me lo sabía de memoria. 

La que siempre está disponible, siempre paciente, siempre sonriente. La que nunca se queja, la que nunca se pone de primera, la que puede con todo. Una madre que ama tanto, que se borra a sí misma. 

Una madre que no se enoja. Que no se cansa. Que no duda. 

Mil veces me repetí que si me organizaba mejor, si era más positiva, si dejaba de pensar en mí y si dejaba mi neurodiversidad de lado por un rato más, lo lograría. Lograría encajar en ese molde de “buena madre”, como las de los anuncios, las de Instagram, las que parecen tenerlo todo bajo control. Mis amigas, al fin, me verían como alguien a la altura

Quizás estoy diciendo demás. 

El punto es que, el molde no se adapta a la realidad. No contempla los días grises, los llantos escondidos en el baño, el deseo de tener un rato a solas sin sentirse culpable. No contempla que puedo amar a mi hija, puedo amar ser madre, pero también puedo sentirme abrumada. También puedo cometer errores y no merezco ser crucificada por ello.

Que todavía existe Marianna, antes y debajo de la madre. Que puedo estar feliz, y aún así escribir un artículo como este.

Foto: Marianna Bogady

 

Cuando ya no pude más 

El molde que mis amigas construyeron para mí desde que nació mi hija se volvió, con el tiempo, demasiado incómodo

A pesar de sus intentos por parecer interesadas en nuestro bienestar —el de mi hija y el mío—, nunca han estado presentes en los momentos difíciles. No saben cuál es su color favorito. No saben qué le gusta hacer en su tiempo libre. Ni siquiera saben en qué colegio estudia

Si tanto les importa mi maternidad como para juzgarla, ¿no debería importarles también lo suficiente como para acompañarla?

Siento que he sido la única que se tomó en serio las promesas. Aunque fueran frágiles. Pero la verdad es que su molde no solo aprieta: también aísla. Y duele. Me han hecho sentir que, para ellas, no soy suficiente. Que no estoy a la altura. Y eso —lo repito para no olvidarlo— es una gran mentira

¿Por qué me afecta tanto lo que ellas piensen de mí? 

¿Por qué las mujeres, madres o no, seguimos comparándonos, midiéndonos, vigilándonos

¿Por qué seguimos destruyéndonos cuando lo que más necesitamos es sostenernos

El perdón no como premio, sino como práctica 

Más allá de las expectativas de esas personas que no saben ni un poco de mi día a día, entendí que toda esta carga emocional tiene un origen: yo misma. 

No, no es lo que piensa Ángeles. No es lo que piense Gabriela. No es cómo el resto me perciba. La culpa se instaló sin permiso en cada parte de mi ser por no ser como ellas. Por no tenerlo todo bajo control como yo creo que ellas lo tienen. 

Así que decidí perdonarme por no jugar con ella todos los días. Por llorar frente a ella sin saberle explicar que a veces, mamá también se rompe

Por mucho tiempo pensé que me perdonaría siendo la mamá perfecta. Pero entendí que el perdón no viene después de “hacerlo bien”, sino que debo dármelo cuando pienso que menos lo merezco, porque es cuando más lo necesito

No necesito que Ángeles me perdone por un malentendido… 

Necesito perdonarme yo

Así que decidí mirarme en un nuevo espejo: la mirada de mi hija. Esos momentos en los que me mira con confianza y con amor, incluso en medio del caos. Su mirada fue parte del proceso de perdonarme y de soltar el molde, de elegirme. 

No tengo que ser todo para todos. Solo tengo que ser real para mí y para ella.

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