La gran tela de araña

Me llamaron puta por primera vez a los 10 años, después de haber pasado el día cogida de la mano de Pablo y, posteriormente, haber abrazado a Nico tras ganar un partido de fútbol: Clase A contra Clase B. A los pocos años, Alexandar, mi primer “novio” de la adolescencia, me dejó por Andrea Rojo, una chica nueva en la ciudad que ya se había liado con más de cinco, alegando que yo era demasiado mojigata.

Pasaron dos semanas y volvió suplicándome que regresara con él: “Tú eres el tipo de chica con el que quiero estar. Estaba confundido, la otra
es una guarra para un rato.” Sus palabras me impactaron. Sin ser consciente de ello, aquel ser mononeuronal volvía a darle la razón al dichoso Freud.

El Madonna Whore Complex

El Madonna Whore Complex, para aquellos que no entiendan inglés (guiño, guiño), la dicotomía Virgen-Prostituta, es un concepto psicológico que el psiquiatra Sigmund Freud describió basándose en las declaraciones de sus pacientes hombres durante las terapias que llevaba a cabo.

Este explica cómo los hombres perciben a las mujeres dividiéndolas en dos categorías extremas y opuestas: la santurrona y la guarrilla. El spoiler de todo esto es que, pertenezcas al bando que pertenezcas (o, mejor dicho, en el que te hayan encasillado), no puedes ganar. Siendo Madonna, serás esa clase de mujer que todos los hombres respetarán única y exclusivamente por el hecho de tener marido, hijos y un bonita y limpia casa perfectamente decorada. “Siempre tan elegante… qué poco llama la atención esta chica. Nunca se mete en las conversaciones de su marido, ni en qué hace ni deja de hacer.” Admirada, siempre y cuando no tengas deseos ni ambiciones propias.

La otra cara de la moneda

Si, por el contrario, eres la Whore, ¡Enhorabuena! Disfrutarás de la condena social mientras alimentas las fantasías ajenas. Qué privilegio. Un baboso desesperado te enviará fueguitos a tus DMs de Instagram el día después de haber publicado la felicitación de cumpleaños de su novia. El punto álgido de este concepto viene con la maternidad. Es en este momento cuando los dos polos del complejo chocan de forma más evidente. La mujer, al convertirse en madre, es automáticamente colocada en el pedestal de la «Madonna» por las expectativas sociales: debe ser pura, desinteresada, dedicada exclusivamente al cuidado de sus hijos y despojada de cualquier rastro de sexualidad.

Es curioso apreciar cómo unos pechos, dependiendo del momento vital en el que se encuentren, pueden resultar de lo más atractivos en la portada de algún disco cutrón de un raperito modernito, pero ser de lo más repugnantes y escandalizar a algún machirulo aburrido porque “no es el lugar para sacarse una teta y dar de mamar a tu hijo”. En esencia, el complejo es una prueba irrefutable de la incapacidad que presentan algunos hombres para percibir a las mujeres como seres que viven de la misma manera que ellos, y no como objetos que están en este mundo para cubrir sus necesidades dependiendo de lo que se les antoje en el momento. Esto implica que estos hombres tienen dificultades para integrar la idea de que una mujer puede ser a la vez sexual y respetable. Por ejemplo, pueden admirar a una mujer por su «pureza»; y virtud, pero rechazarla si se percibe que tiene deseos sexuales, o desear a una mujer sexualmente, pero no considerarla digna de amor o compromiso serio.

Es una clara manifestación de la misoginia que sigue estando presente en muchas culturas, particularmente en la forma en que los medios y las narrativas sociales representan a las mujeres y que sigue atrapándonos en una gran tela de araña difícil de la que escapar.

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