Consentir o ceder: el juego del patriarcado

Foto de chloe s. en Unsplash

No son pocas las veces que escuchamos que somos unas exageradas, que machismo era el que sufrían nuestras abuelas, que nos quejamos de vicio. Y hay algo en lo que, paradójicamente, tenemos que darles la razón. 

No me malinterpretéis, claro que la violencia contra las mujeres sigue siendo algo muy real que todas en algún momento de nuestras vidas hemos sufrido y que, visto lo visto, no dejaremos de sufrir en bastante tiempo. Pero no es de eso de lo que os quiero hablar hoy. 

Las mujeres hemos sufrido violencia en el pasado, claro. Nuestras bisabuelas vivían bajo la sombra de un hombre: primero su padre, luego su marido… siempre personajes secundarios que, aún trabajando día y noche, nunca vieron reconocida su importancia

Estaban relegadas al ámbito doméstico, no podían abandonar el hogar paterno hasta los veinticinco años (que ahora, la mayoría de nosotras, tampoco, pero por otras causas bien distintas) a no ser que fuera para casarse. Y, claro, casada tampoco mejoraba la cosa: no había derecho al divorcio y el adulterio (femenino, ojo) era castigado duramente; no tenían, tampoco, derecho a poseer ningún bien propio y su marido se convertía en su representante legal, es decir, dependían de él en todos los aspectos imaginables. (Soto, S.F.) 

Tampoco podían trabajar sin consentimiento expreso de su marido o salvo causa de extrema necesidad y, si lo hacían, percibían un salario bastante menor al de sus compañeros hombres, su despido no estaba penalizado y la conciliación era, claro, inexistente. Los pocos subsidios familiares de los que se disponía eran, por supuesto, abonados al jefe de la familia que, por cierto, se perdía si la mujer trabajaba. A esto le sumamos la grave afrenta a la dignidad del marido que suponía que las mujeres trabajasen fuera del ámbito doméstico y la prácticamente nula independencia económica que esto les ofrecía. Era, en pocas palabras, una humillación para el hombre que debía ser cabeza de familia y, por “naturaleza”, proveedor. Vemos, en definitiva, una dependencia legal, económica y social brutal, que impedía a las mujeres verse como iguales ante los que debían ser sus compañeros. (Soto, S.F.) 

¿Cómo han cambiado las cosas, eh? Te preguntarás a dónde quiero llegar con este recordatorio de lo que antes fue. Puede que a estas alturas del texto creas que, efectivamente, les estoy dando la razón a aquellos que nos llaman exageradas. Tranquila,

no me he dado un golpe en la cabeza que me ha hecho perder la cordura que me quedaba. Simplemente me parecía una buena introducción para los conceptos de los que me gustaría hablar hoy: patriarcado de coerción y patriarcado de consentimiento

Patriarcado de coerción

Todo lo que os he narrado, el respaldo legislativo que ayuda a la perpetuación de las desigualdades de género, es lo que conocemos como patriarcados de coerción. Son sociedades que establecen, mediante leyes y normas, lo que es ser hombre y mujer, imponiendo pautas de conducta y sancionando a aquellas (de nuevo, femenino específico) que no las cumplen. Se sustentan en base a costumbres y códigos éticos, por lo que se respetan y no se cuestionan porque (seguro que os suena) siempre ha sido así. (Samariego, 2020) 

Además, se asegura de que, precisamente, no se cuestione, ayudándose de una represión directa y visible. Estoy segura de que se os ocurren muchos ejemplos: códigos indumentarios concretos, ablación genital femenina, prohibición del aborto, negación del acceso a la educación, segregación sexual… Entendido, además, todo esto como racional, al estar legitimado gracias a años y años de “tradición”. (Samariego, 2020) 

Pero, como decíamos, las cosas, por lo menos en España, han cambiado. La salida de la dictadura y lucha feminista han conseguido grandes avances en la liberación de la mujer y, por tanto, el patriarcado ha tenido que transformarse para sobrevivir. Es precisamente ahí, donde comienza el patriarcado de consentimiento. (Samariego, 2020) 

Patriarcado de consentimiento

Como todo a lo largo de la historia, el patriarcado también ha tenido que evolucionar, en una acepción bastante curiosa del término, para no desaparecer. La coerción directa y explícita ya no funciona, las mujeres hemos tomado conciencia de nuestra situación y lucharemos con garras y dientes para conseguir una liberación completa y real… Ya nos vale. Para esto, vemos como los mecanismos tradicionales son reemplazados por una aparente libertad y un consentimiento un tanto viciado. (Alvabera, 2023; Cobo, 2024; Samariego, 2020)

Este nuevo modelo social opera de una manera mucho más sutil. Ya no somos directamente sancionadas por no cumplir con lo que de nosotras se espera sino que somos nosotras mismas quienes buscamos cumplir con la nueva norma moral capitalista, pero siempre con un sentimiento un tanto alienado de libertad. Nos esforzamos por alcanzar las metas que el sistema nos pone en bandeja, cumplir con unos cánones de belleza imposibles, seducir y, mientras tanto, tener éxito. Todo esto, por mucho que nos quieran convencer, no es algo innato. Es fruto de un largo aprendizaje en el que multitud de discursos, agentes sociales y demás contextos que habitamos se articulan para esculpir esa representación de lo que debemos ser. (Alvabera, 2023; Cobo, 2024; Samariego, 2020) 

Pero, ¿qué es el consentimiento?

No podemos negar que es un concepto que se ha vuelto fundamental de un tiempo para aquí. Estoy segura de que lo habéis escuchado en multitud de contextos y situaciones pero, claro, siempre para lo mismo: legitimar que las mujeres sigamos aceptando los mandatos del sistema patriarcal capitalista. (Cobo, 2024; La Colectiva, 2020, Solarte et al., 2003) 

El consentimiento se entiende, generalmente, como una aprobación, un sí. Aunque es algo bastante más complejo. En contextos desiguales, como el que vivimos, está, como venimos observando a lo largo de todo el texto, algo viciado. Estaremos todas de acuerdo en que todas las decisiones que hemos tomado no surgen, simplemente, de nuestra libertad individual. Paraos a pensar: si vuestras circunstancias fuesen otras… ¿Habríais aceptado ese trabajo?, ¿habrías elegido ese barrio para vivir?, ¿os vestirías así? Perdonadme por categorizar, pero creo que la respuesta está clara. Estamos condicionadas por nuestro entorno en todas las esferas de nuestra vida. (Cobo, 2024; La Colectiva, 2020, Solarte et al., 2003) 

La libertad de elección, esa que se nos vende junto con demás ideas bastante utópicas (la meritocracia, por ejemplo), no existe. Somos consecuencia del contexto en el que habitamos. Es innegable. 

¿Y qué pasa con los hombres?

El patriarcado además de, evidentemente, oprimir a las mujeres, también limita y condiciona a aquellos que, en teoría, deberían ser más libres al ser sujetos de derecho plenamente reconocidos. 

¿Cómo? Pues de formas parecidas (que no iguales) que a las mujeres. La imposición de roles también les afecta. Les exige valores que ponen en riesgo su vida: competitividad, demostración de fuerza, heroísmo… Además, claro, no tienen permitido expresar ninguna emoción más allá de las violentas. Al no mostrar debilidad, también pueden verse abocados a descuidar su salud física y, sobre todo, emocional para cumplir con las expectativas de masculinidad. En resumen, un endurecimiento en el que negar la vulnerabilidad propia del ser humano o, dicho de otra forma, evitar, a toda costa, identificarse (o, lo que es peor, que te identifiquen) con el otro-oprimido. (Cruz, 2024; Sambade, 2023) 

Bibliografía:

Si queréis saber más, podéis consultar por aquí las fuentes que he usado (y algunas otras que os recomiendo): 

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