Sandra Morales empezó su andadura en la divulgación cultural casi por casualidad. Todo surgió durante la pandemia, cuando en una asignatura de Antropología le pidieron un trabajo que consistía en escoger una obra de arte y aplicarle distintas teorías. Fue entonces cuando descubrió a Leonora Carrington a través de un vídeo de Antonio García Villarán.
“El vídeo me flipó tanto que después de verlo dije: yo quiero hacer lo mismo”, ese fue el impulso que necesitaba. Aunque al principio dudaba y posponía grabarse, finalmente se lanzó y subió su primer vídeo a YouTube. Con el tiempo, pasó de hablar de mujeres artistas a curiosidades y, más tarde, a la historia de Jerez y de Andalucía. Así encontró su camino y hoy se ha convertido en una referente para quienes buscan aprender historia de forma cercana y entretenida a través de sus redes sociales.
La clave: rigor académico y lenguaje cercano
Sandra asegura que nunca se ha planteado conscientemente cómo logra equilibrar rigor y cercanía. “No es algo que piense, me sale natural”, explica. Para ella, la clave está en la pedagogía: hacer la historia comprensible, como un relato que entretenga y atrape.
Recuerda la diferencia entre sus años en la Universidad de Sevilla y en la de Granada: aulas masificadas, profesores lejanos y lenguaje académico inaccesible. “Yo no me imagino una educación sin ser cercana. Lo que me gustaba de los buenos profes era que captaban tu atención porque se parecían a ti o compartían intereses”.
El estigma del acento andaluz
Uno de los temas centrales en sus vídeos es la reivindicación del acento andaluz. Sandra denuncia cómo los medios y la cultura popular han perpetuado una visión despectiva: “En las películas, el que habla andaluz es el cateto, el humorista, la chacha. Si sigo viendo esos patrones, me están diciendo que yo soy eso”.
Ella misma lo vivió en carne propia: en un programa cultural, las críticas se centraron únicamente en su forma de hablar, algo que no ocurría con otras personas de fuera de Andalucía. En su caso, el acento se convertía en motivo de burla o en un rasgo que se utilizaba para cuestionarla.
Su propuesta se basa en reivindicar el acento sin esconderlo ni camuflarlo. Para ella, mantenerlo es una forma de dignidad y de resistencia cultural, porque supone reconocerse en la propia identidad y no aceptar que lo impuesto desde fuera tenga más valor. Recuerda que la presión por neutralizar el habla no es inocente: está ligada a prejuicios de clase y de territorio que colocan a determinados acentos en posiciones de inferioridad.
Por eso insiste en que el cambio empieza en lo cotidiano. No hace falta esperar grandes gestas: presentarse a una entrevista de trabajo sin disimular el acento, intervenir en un debate público sin modificar la entonación o simplemente no disculparse por la forma de hablar son pequeños actos que ayudan a romper estigmas. En su visión, el acento no es un obstáculo que deba corregirse, sino un patrimonio cultural que merece ser mostrado con orgullo.
“A tu vera”: historia, anécdotas y justicia social
En su libro A tu vera, Sandra recopila historias sorprendentes de la cultura andaluza. Una de las que más le fascinan es la de José Pero Caña, una figura transgresora que vivió sin etiquetas en tiempos de gran represión: “Me parece brutal lo que hizo, jugándose tanto en aquella época”.
También descubrió figuras invisibilizadas, como Carmen de Burgos, escritora y periodista de Almería que se divorció en el siglo XIX y tuvo que publicar con seudónimo. “Al final, esas son las historias que me tiran: las que mezclan curiosidad con justicia social e histórica”.
Reconciliarse con la cultura propia
Para cerrar, Sandra comparte un consejo para quienes quieran reconectar con su cultura y su historia, sea andaluza, latinoamericana o de cualquier lugar: “Que abracen los tópicos, porque al final son parte de nuestra historia. La clave está en no quedarse solo ahí, sino interesarse por todo: desde la gastronomía hasta los utensilios cotidianos, las formas de hablar, las conexiones entre pueblos. Todo forma parte de lo que somos”.
Sandra lo tiene claro: la cultura no es estática ni homogénea, sino una mezcla viva de historias, géneros e identidades. Y, sobre todo, algo que no hay que ocultar ni edulcorar: “Lo más importante es no quitarse el acento”.



