El salario emocional está en el centro de un debate cada vez más relevante para el feminismo contemporáneo. ¿Es una herramienta de bienestar o una estrategia de precarización encubierta? Si bien se presenta como un valor añadido a las condiciones laborales —reconocimiento, flexibilidad, sentido de pertenencia—, en muchos casos opera como sustituto de una justicia económica que aún no llega, especialmente para las mujeres (Rivera Vázquez & Pérez, 2023).
En este artículo analizamos qué implica el salario emocional, cómo afecta de forma diferenciada a trabajadoras frente a trabajadores, y por qué el feminismo lo pone bajo lupa.
Lo que no se paga, se espera
El trabajo emocional es una carga invisible que históricamente ha recaído sobre las mujeres. Tal como definió la socióloga Arlie Hochschild (1983), se trata de la gestión de emociones en beneficio de otros: mantener la armonía, cuidar sin descanso, contener sin mostrar fatiga. Todo eso, sin que figure en el contrato ni en la nómina.
Este tipo de esfuerzo no aparece en las cifras del PIB, pero sin él muchas empresas no funcionarían. En sectores altamente feminizados como la educación, el cuidado o la atención al cliente, el salario emocional es ofrecido como «compensación» por bajos sueldos y sobrecarga laboral (Salcedo-Bernal et al., 2022).
El problema no es la existencia del salario emocional, sino su uso como moneda de cambio ante la ausencia de justicia salarial.
Tres veces más trabajo no remunerado
El Banco Mundial (2023) estima que las mujeres realizan el triple de trabajo no remunerado que los hombres. Se trata de horas dedicadas al cuidado, las tareas domésticas y el soporte emocional dentro y fuera del hogar. Una economía basada en este tipo de trabajo invisible perpetúa desigualdades estructurales que el salario emocional no resuelve, sino que en muchos casos oculta.
Algunas empresas incluso promueven entornos de «bienestar emocional» mientras mantienen brechas salariales de género de más del 20 % (La Cadera de Eva, 2024). El feminismo denuncia este modelo: se premia a las mujeres con reconocimiento simbólico, mientras se les niega la retribución económica correspondiente.
Feminismo y salario emocional: ¿reconocimiento o resignación?
Para muchas mujeres, el salario emocional ha sido presentado como un valor que otorga sentido al trabajo: sentirse parte, ser escuchada, tener horarios flexibles. Pero cuando este «salario» sustituye a derechos fundamentales como igualdad salarial, estabilidad laboral o posibilidad de promoción, se convierte en una forma de explotación disfrazada de cuidado (Díaz Gómez, 2022).
Como señala la filósofa Silvia Federici, «el trabajo de cuidado es la base invisible sobre la que descansa toda la economía capitalista». Invisible y, en la mayoría de los casos, femenino.
El feminismo plantea preguntas urgentes:
- ¿Por qué los sectores donde se exige más trabajo emocional coinciden con los peor pagados?
- ¿Quién decide qué tipo de reconocimiento es suficiente?
- ¿Por qué las mujeres deben agradecer lo que los hombres simplemente reciben como derechos?
Lo emocional no puede ser excusa
Reivindicar el salario emocional no es rechazar el reconocimiento o la empatía en el entorno laboral. Es exigir que lo emocional no se use como excusa para no pagar lo justo.
El feminismo no se opone al bienestar. Se opone a que el bienestar sirva para callar demandas más urgentes: equidad, redistribución, justicia.
No se trata solo de sentirse bien en el trabajo. Se trata de que ese trabajo sea digno, reconocido y justamente remunerado. Porque, al final, lo emocional también cansa. Y cuando se da siempre desde el mismo lado, se agota.



