Hace unos días, por la red de Twitter, Ivet Playà contó su experiencia con el famoso cantante, quien la contactó cuando ella tenía 18 años y él, 49. La historia comienza como una experiencia inocente entre una fan y el cantante a quien ella admira, y va escalando hacia un vínculo sexual, físico y emocional.
La respuesta de Sanz y el debate en redes
Por otro lado, Sanz respondió en su story de Instagram, alegando que estaba triste y decepcionado por todo lo que había contado Ivet, ya que él recordaba aquellas experiencias con libertad y consentimiento por ambas partes.
En las redes sociales aparecieron diversas opiniones: desde quienes aseguraban que una persona con 18 años ya sabe lo que hace, hasta quienes señalaban que ella solo lo hacía por un momento de fama.
Pero también es cierto que un vínculo con tanta diferencia de edad (18 y 49 años) muestra un gran desbalance en cuanto a libertad y poder de decisión.
Existen muchos ejemplos en la historia que muestran “la libertad de decisión”… en menores de edad, como los casos de Sable Starr y Lori Mattix (las groupies de los años 70 en EE. UU.). Todos lo normalizaban porque daban por hecho que “¿quién no querría acostarse con un famoso, así la distancia de edad y madurez fuese muy amplia?”.
El consentimiento no siempre es tan libre
Y por más que estamos en otro siglo, las mismas frases se repiten hasta el día de hoy. Como si una persona de más de 30 años pudiera pensar y consentir de la misma forma que un adolescente o una persona que está entrando a sus 20.
Lo más curioso de estos casos es que, si bien puede no existir una violencia física, lo que sí existe es una manipulación para que la persona que ejerce el poder no se vea como “el malo de la película”.
Lo peor de estas situaciones es que no importa si la persona afectada es mujer o la abusadora es mujer: en ambos casos, el ganador sigue siendo el hombre. Le siguen viendo como un triunfador, por ser el deseado y por lograr que la fantasía se haga realidad.
El tema del abuso se sigue midiendo con una vara desigual, pero eso no significa que deje de existir. El consentimiento y la libertad de decisión deben primar si estamos hablando del mismo contexto en ambas personas. Una persona de quince años jamás pensará igual que alguien que le dobla la edad. Que las personas que los rodean lo normalicen no significa que no exista una huella difícil de sanar y procesar.



