En las últimas semanas, dos mujeres jóvenes han sido expuestas en redes y medios por haber estado vinculadas sentimentalmente con hombres en contextos profundamente desiguales: Ivet Playà, fan de Alejandro Sanz, y Fati Vázquez, relacionada con el futbolista Lamine Yamal. En ambos casos, los comentarios y titulares no han apuntado hacia los hombres implicados, sino hacia ellas, que han sido tratadas como oportunistas, interesadas o manipuladoras.
Lejos de ser anécdotas sentimentales, estas historias reflejan una lógica profundamente arraigada: la sociedad sigue juzgando con dureza a las mujeres que se vinculan afectiva o sexualmente con hombres poderosos, mientras exonera a estos últimos, incluso cuando hay indicios claros de abuso de poder o desequilibrio en la relación.
Alejandro Sanz e Ivet Playà: una relación marcada por la diferencia de edad y poder
Ivet Playà tenía 18 años cuando conoció a Alejandro Sanz, entonces de 49. Según su testimonio, la relación comenzó en un entorno laboral y se extendió durante años, con momentos que ella describe como emocionalmente dañinos. En publicaciones recientes, ha compartido su experiencia, denunciando manipulación emocional, control y una dinámica marcada por la dependencia.
Durante ese tiempo, ella se trasladó a vivir a una ciudad donde él residía, un cambio que, según ha contado, estuvo directamente relacionado con su vínculo afectivo y las condiciones impuestas por la relación.
Sin embargo, cuando Ivet decidió hablar, la narrativa pública se volvió contra ella: fue acusada de buscar fama, de ser interesada o de estar “despechada”. En cambio, Alejandro Sanz apenas recibió críticas por haber iniciado una relación sentimental con una joven tres décadas menor y en un contexto de evidente desequilibrio de poder.
Lamine Yamal y Fati Vázquez: la narrativa cambia cuando el famoso es él
Lamine Yamal, de 17 años, es una de las grandes promesas del fútbol español y figura destacada del FC Barcelona. A comienzos de junio, fue visto de vacaciones en Italia junto a Fati Vázquez, influencer de 30 años. Las imágenes generaron una avalancha de comentarios, pero nuevamente el foco estuvo en ella: fue acusada de “asaltacunas”, de buscar notoriedad y de aprovecharse de su fama.
Aunque la relación no ha sido confirmada oficialmente, Fati recibió ataques, insultos y amenazas. Mientras tanto, Lamine fue retratado como un joven “exitoso”, “maduro” e incluso “campeón” por haber “conquistado” a una mujer mayor.
La diferencia de edad es evidente, pero en este caso ÉL es el “campeón”, el que está con una mujer mayor. A diferencia del caso de Ivet, a Fati le juega en contra ser la mayor, ya que igualmente es acusada de interesada.
No es amor, es poder
Estos dos casos reflejan el mismo patrón: cuando un hombre poderoso se vincula con una mujer más joven o con menos visibilidad pública, las consecuencias recaen sobre ella, tanto si la relación se inicia como si termina, tanto si guarda silencio como si decide hablar.
Y aunque las edades y contextos varían, el denominador común es el mismo: ellas son objeto de juicio y ellos, sujetos de admiración o silencio.
Esto no es casual. Es estructural. El escrutinio público sobre las mujeres en sus vínculos afectivos o sexuales responde a un sistema que sigue penalizando su autonomía y su capacidad de decidir. Mientras tanto, los hombres, incluso cuando ejercen poder o protagonizan dinámicas desiguales, son protegidos, celebrados o directamente ignorados.
Nombrarlo también es resistencia
Estas no son historias de amor. Son historias sobre cómo el poder se ejerce, se naturaliza y se defiende cuando está en manos de los hombres. Nombrarlo no es exagerar. Es necesario. Porque en pleno 2025, aún cuesta que se reconozca que no todas las relaciones desiguales son evidentes desde fuera, pero sus consecuencias sí lo son para quienes las viven.
Y si seguimos juzgando a las mujeres por con quién se relacionan, mientras dejamos intacto el pedestal de quienes realmente concentran el poder, seguiremos perpetuando la desigualdad desde lo más íntimo hasta lo más estructural.



