TikTok ha reemplazado al buscador de Google para una generación que se autoexplora desde la hiperconectividad. Basta con buscar “síntomas TDAH” o “¿y si soy autista?” para que el algoritmo te abra la puerta a cientos de vídeos donde personas, muchas veces jóvenes y queer, desgranan síntomas, experiencias, y emociones que durante años parecían “solo rarezas”. Lo que antes era silencio ahora es contenido viral.
Una vía de acceso cuando el sistema falla
Para muchos, este fenómeno ha sido un salvavidas. Por ejemplo, las personas trans han encontrado en el contenido sobre disforia, ansiedad o disociación una explicación a su malestar crónico en un mundo que constantemente las niega. Las redes, en este sentido, han hecho más por el acceso a la salud mental que muchos sistemas públicos colapsados.
El otro lado del espejo: ruido, etiquetas y confusión
Pero no todo es tan simple. En medio del boom del autodiagnóstico, también hay ruido. Diagnósticos exprés en vídeos de 30 segundos. Test caseros con filtros de color pastel. Influencers que acumulan millones de visitas simplificando patologías complejas. Y personas que, en busca de una etiqueta para su dolor, acaban sobrecargadas o atrapadas en una identidad médica que no siempre les ayuda.
¿Estamos patologizando o reconociendo lo que siempre estuvo ahí?
¿Estamos patologizando rasgos de personalidad o maneras de sobrevivir a un entorno violento? A lo mejor estamos poniendo nombre a lo que la medicina tradicional ha ignorado por décadas, especialmente en cuerpos queer, racializados y neurodivergentes.
Escuchar antes que juzgar
La psicóloga Anabel González lo resume así: “No todo lo que duele es un trastorno, pero todo lo que duele necesita ser escuchado”. En este contexto, más que juzgar el fenómeno, necesitamos pensar cómo acompañamos a quienes encuentran en TikTok el primer paso hacia entenderse. Porque el problema no es el autodiagnóstico: es que para muchos, no hay otra opción.
El algoritmo no es terapeuta. Pero en un sistema que invisibiliza las identidades disidentes y pone barreras a la salud mental, a veces un vídeo mal editado puede ser más humano que una sala de espera.



