¿Feminismo con vestido blanco? El deseo romántico de Charlotte York bajo la lupa

Vestidos de diseñador, brunch con amigas y confesiones en Manhattan. Sexo en Nueva York se convirtió en ícono cultural no solo por sus looks o sus frases ingeniosas, sino por visibilizar algo que, a finales de los 90, aún se decía en voz baja: las mujeres también desean. Sexo, libertad, trabajo, placer, contradicciones. Pero entre todas, hay un deseo que la cultura feminista ha tardado más en digerir: el de Charlotte York por casarse y ser madre. 

Charlotte no quería romper esquemas. Quería lo de siempre: el anillo, la boda perfecta, la familia. Pero lo quería con fuerza, con ansiedad, con desesperación incluso. Y en esa intensidad está la incomodidad. Porque su deseo no es “moderno”, no es disruptivo. Es tradicional. Y aún así, también es profundamente político. 

El mito de la mujer empoderada (y soltera)

Durante años, el feminismo mainstream ha celebrado el arquetipo de la mujer que no necesita a nadie. Independiente, sexualmente libre, emocionalmente inquebrantable. Una especie de Samantha Jones con agenda llena y cero apego. Y aunque ese modelo rompió barreras necesarias, dejó fuera a muchas otras formas de habitar lo femenino. 

Charlotte no es menos feminista por querer casarse. Pero lo que incomoda de su personaje es que no lo disfraza. No lo maquilla de sarcasmo. No lo esconde detrás de una carrera profesional ni lo convierte en una ironía posmoderna. Ella lo desea. Lo verbaliza. Llora cuando no lo consigue. Y eso, para muchas, es incómodo de ver. 

El mandato del desapego también oprime

La narrativa actual valora el desapego emocional como sinónimo de fortaleza. Se nos aplaude por no necesitar, por saber estar solas, por convertir el amor en un extra y no en un eje. Pero ¿qué pasa cuando el deseo va por otro lado? ¿Qué pasa cuando sí quieres un vínculo estable, una familia, un “final feliz”? 

Charlotte nos muestra que la autonomía no siempre se ejerce desde la renuncia. A veces, el acto más feminista es reconocer lo que una quiere, incluso si eso implica pasar por un rabino, un parque lleno de niños o una galería de arte convertida en escenario matrimonial. 

¿Elegir lo tradicional puede ser revolucionario?

La respuesta no es sencilla. Porque no se trata de romantizar el amor romántico ni de ignorar sus violencias. Pero sí de entender que no todas las elecciones feministas deben ser disruptivas. A veces, la subversión está en elegir desde el deseo propio, no desde la expectativa ajena. 

Charlotte no representa un modelo a seguir. Representa una posibilidad. Una que sigue estando poco representada en los relatos feministas más visibles. Y en una cultura que premia lo cool, lo desapegado, lo irónico, reivindicar el deseo de amar, cuidar, criar o compartir la vida con alguien también puede ser una forma de resistencia.

No se trata de idealizar a Charlotte. Se trata de ampliar la conversación. Porque el feminismo busca la libertad, entonces esa libertad también debe incluir la opción de soñar con un vestido blanco… y no por eso estas vendida al patriarcado.

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