Alberto, psicólogo del servicio de Menores de la Xunta de Galicia: “La gestación subrogada pone en un altar lo biológico y es un error: ¿qué nivel de rechazo produce que la criatura no se parezca a ninguno de los progenitores?”
Ana, madre por gestación subrogada: “Mis hijos saben que yo soy su mamá pero que en el vientre los llevó otra persona”
Desde el año 2006, la legislación española establece que será nulo de pleno derecho cualquier contrato por el que se convenga la gestación, a cambio o no de contraprestación económica, a cargo de una mujer que renuncia a la filiación en favor de un contratante: la Ley 14/2006 prohíbe, de forma explícita, la gestación subrogada o por sustitución en territorio español. No obstante, según datos del Gobierno, entre 2006 y 2024 se inscribieron 154 menores nacidos fuera del país mediante esta técnica, en todos los casos en virtud de una resolución judicial extranjera.
Este dato es el que llevó, entre otras razones, a aprobar una instrucción que hace efectiva la prohibición de los vientres de alquiler el pasado martes 29 de abril, al impedir inscribir en el Registro Civil español a bebés nacidos de un vientre de alquiler fuera del país. Estos bebés, que hasta ahora podían traerse de países comunitarios como Ucrania o Grecia, que tienen leyes “garantistas” que obligan, entre otras cosas, a que la madre intencional demuestre que no puede quedarse embarazada por razones médicas. En Reino Unido y Portugal, la gestación subrogada está permitida siempre y cuando no haya contraprestación económica.
En el caso de Ucrania, además, se exige que sea el padre intencional el que aporte el material genético paterno y en ninguno de estos países se utiliza el óvulo de la gestante como material genético materno, para garantizar que no existe un vínculo genético entre la gestante y el bebé.
El poder de la epigenética
Sin embargo, diversos estudios demuestran que, aunque el bebé no tenga carga genética de su gestante, los factores ambientales a los que está expuesta ella durante el embarazo puede modificar el desarrollo del feto sin modificar su ADN. Esta ciencia, denominada epigenética, explica entre otras cosas por qué los bebés pueden tener similitudes físicas o incluso de carácter con la persona que los ha gestado aunque el óvulo no fuese suyo.
“Hemos visto también factores ambientales o culturales que modifican esa genética”, explica Alberto, psicólogo jubilado que trabajó cuatro décadas en el servicio de Menores de la Xunta de Galicia: “cuando tienes un hijo biológico echas los dados a rodar y puede tocarte alguien muy similar a uno u otro progenitor, pero me pregunto qué nivel de rechazo producirá que la criatura no se parezca a ninguno de ellos aunque haya material genético”.
Tras muchos años trabajando con parejas o personas cuyo deseo era adoptar a un niño o niña, Alberto se ha encontrado con cientos de casuísticas y ha visto, por desgracia, cómo las cifras de “devoluciones” son alarmantes. “Hablamos de que cerca de un 20% de las criaturas vuelven al sistema, y muchas de ellas ni siquiera lo hacen porque sus familias lo digan, sino que recibimos avisos del colegio o de terceras personas que ven cómo están en condiciones que no son las idóneas”.
Esta es la razón por la que, para él, “poner la genética en un altar como lo hace la gestación subrogada es un error”, puesto que considera que esas parejas nunca estarán preparadas para que su hijo o hija sea radicalmente opuesto a ellos. “Los genes pertenecen a tres personas (donante de semen, donante de óvulo y gestante), por lo que la variabilidad es inmensa”, argumenta.
En busca de la idoneidad para tener hijos
Un proceso de adopción, explica, comienza con una solicitud a la que tiene acceso cualquier persona mayor de edad, tras lo que se inicia un proceso que determinará la “idoneidad” de esa persona o personas para hacerse cargo de un menor. “Es algo subjetivo, para lo que hay muchas entrevistas y profesionales cualificados para llevarlas a cabo, y aun así fallamos más de lo que nos gustaría: muchas veces los adoptantes saben cómo tienen que responder a nuestras preguntas, llegan a creerse su propia historia aunque no sea verdad y, en ocasiones, una vez se completa el proceso de adopción se ven superados por la situación”.
Entre otros aspectos, el estudio de idoneidad valora la edad de los adoptantes y la diferencia de edad con el menor que prevén adoptar, el entorno en el que se criaría al niño o niña e incluso la posibilidad de que esas personas se hagan cargo emocionalmente de una criatura o que le expliquen correctamente cómo se ha llegado a hacer efectiva la adopción, algo que es tremendamente subjetivo. “Durante un embarazo biológico, para el que no hay estudio de idoneidad, hay un periodo de adaptación de la madre, que ya ve cómo su vida cambia a lo largo de nueve meses, pero sabemos que para el padre el cambio es más brusco: «Imagínate en una pareja de adoptantes, que de la noche a la mañana tiene un bebé de seis meses en brazos”, explica Alberto.
Los tiempos de la adopción, a diferencia de la gestación subrogada, obligan a que la madre gestante, aunque renuncie al bebé en el momento del nacimiento, se reafirme en su decisión a los dos y a los seis meses del nacimiento. “De esta forma nos aseguramos de que, lejos de los cambios hormonales que supone un parto, la madre está 100% segura de que quiere tomar esa decisión”: durante ese tiempo se recurre a familias de acogida, que se hacen cargo del pequeño en ese periodo de transición. Los contratos de vientres de alquiler, sin embargo, obvian estos plazos y no ofrecen a la gestante la oportunidad de echarse atrás después del parto, puesto que en ese momento ya debe haber firmado una renuncia a la patria potestad.
“La opinión de los hijos sobre el proceso que han llevado a cabo sus padres irá cambiando a lo largo del tiempo”
Para Alberto, la gestante es la que más sufre esta separación, pero reconoce que no es capaz de imaginarse el alcance de la ruptura del vínculo materno-fetal inmediatamente después del parto. “Todo dependerá de cómo se estructure el relato para ese niño o niña y, en mi opinión, también de la razón que haya movido a los adultos a llevar a cabo este procedimiento: si las criaturas conocen la forma en la que han llegado al mundo podrán formar su propia opinión y juzgar las razones que impulsaron a sus “padres” a recurrir a la gestación subrogada”.
Gestación subrogada: ¿la única forma de ser padres?
A este proceso, precisamente en Ucrania, recurrieron Juan y Ana (nombres ficticios) hace ahora nueve años para tener a los que son ahora sus hijos. “Nosotros necesitábamos ayuda para tener hijos y la gestante nos hizo un favor de forma altruista”, relata Ana. El “altruismo” de su vientre de alquiler les costó 55.000 euros, puesto que nacieron dos bebés “y aumenta algo el precio”. Además, hubo desde antes de empezar el proceso de fecundación un contrato que obligaba a la gestante a desvincularse de los bebés en cuanto nacieran: “ella tenía la opción de echarse atrás”, reconoce Juan: “el único requisito era que tendría que correr con los gastos del proceso”.
La pareja, que tiene ahora en torno a cincuenta años, quiso en un primer momento adoptar un bebé, e inició un proceso nacional y otro internacional en Colombia. “Siete años después, tras muchas complicaciones, no habíamos conseguido nada”, reconocen. Cuentan que, ya en el momento de iniciar el proceso de adopción, conocían a una persona que había recurrido a subrogada en la ciudad en la que residían en Galicia y había fundado una asociación que promovía los derechos de las parejas que recurrían a este procedimiento. “Cuando nos cerraron la agencia de intermediación que nos ayudaba con el proceso de adopción internacional decidimos informarnos sobre la gestación subrogada: nos dimos cuenta de que el proceso estaba guiado por una abogada, que era algo serio y que la seguridad de la gestante era la prioridad”.
Se decidieron entonces por Ucrania por los costes de la atención sanitaria en Estados Unidos, que era su otra referencia, y se “tiraron a la piscina” de la mano de la abogada, de una clínica de fertilidad y de una agencia intermediaria que facilitaba todo el trámite. Ana, en este caso,
podía demostrar que una enfermedad crónica le impedía tener hijos biológicos e incluso someterse al tratamiento hormonal que suponía la donación de óvulos. En Ucrania, como explicaba antes, es obligatorio que el padre biológico sea el padre intencional, por lo que Juan es el padre biológico de los gemelos.
Un “intercambio de favores”
El proceso se inicia cuando conocen a la gestante, “fue muy agradable porque congeniamos bastante bien a pesar de que el carácter ucraniano es muy diferente al nuestro”, y reconocen que para ellos siempre ha sido esencial que ella forme parte de la familia. “Nuestra gestante no tenía problemas para mantenerse, pero tenía necesidad de ese dinero para hacer algo que le apetecía y que mejoraría su vida: no tenía problemas para vivir”, explica Ana. Ella, dicen, “quería ayudar a alguien y de esta forma podíamos beneficiarnos la una a la otra, porque yo a día de hoy sigo ayudándola en todo lo que puedo”.
“Parece que la gestación subrogada es solo dinero, pero la adopción también conlleva unos gastos y nadie pregunta por ellos”, afea Ana. En el contrato, asimismo, se especifica que la gestante renunciará a la patria potestad y a cualquier responsabilidad con los niños. Especifican, no obstante, que la gestante tenía en todo momento la capacidad de parar el proceso y quedarse con los niños, “aunque en ese caso debería hacerse cargo de los gastos del proceso hasta ese momento”, lo cual hace pensar que quizás no es viable para una persona que “no vivía mal pero no era adinerada”, en palabras de los contratantes.
“El embarazo lo vivimos desde España, fuimos siguiéndolo con informes cada 15 días en los que se nos indicaba cómo iba todo, pero ella estaba en su casa y nosotros en la nuestra”, explica Ana. “Poco a poco fuimos cogiendo confianza, nos lo dificultaba la barrera del idioma, pero cuando nacieron los niños la relación se fortaleció”.
Sin permiso de maternidad
Para el parto pudieron desplazarse a Ucrania, para lo que tuvieron que solicitar permisos vacacionales puesto que en España no está reconocido el derecho a adopción de un menor mediante este proceso; Juan cuenta que sí lo solicitó, pero no logró que le diesen el permiso necesario hasta después del nacimiento, que pudo solicitar el permiso de paternidad. “Fueron nuestros hijos desde el momento del nacimiento”, dicen: “nosotros los limpiamos de la cesárea”.
No obstante, España no reconocía que fuesen sus hijos y tuvieron que permanecer un mes en Ucrania para inscribir a los pequeños y emitir sus pasaportes y dos libros de familia: en Ucrania Juan y Ana son padre y madre de los niños, en España Juan y la gestante son padre y madre. Viajaron a España con ambos documentos y con un escrito de renuncia de la
gestante a la patria potestad, renuncia que se pacta antes del embarazo. Una vez en España, Ana adoptó a los niños como hijos de su pareja, para lo que tuvo que recurrir a un proceso judicial que se alargó seis meses.
“Empezamos contándoles a los niños una especie de cuento diciéndoles que mamá y papá no podían tener hijos y tuvieron que recurrir a la ayuda de dos chicas, todo empezó a sus tres años”. Ana explica que les contaron también el proceso de adopción fallido, les enseñaron cómo es Ucrania y dónde nacieron, les presentaron desde el inicio a la gestante y les dijeron qué papel había jugado en su vida… Desde entonces la gestante forma parte de sus vidas y hablan con cierta frecuencia con ella: “ellos saben que su mamá es Ana, pero que en el vientre los llevó otra persona y que hicieron falta células de otra chica que las donó para poder tenerlos a ellos”.
¿Falta de madurez cultural?
Tras adoptar a sus hijos, Juan y Ana han recibido críticas de todo tipo, llegando incluso a aparecer en prensa a raíz de una iniciativa de un partido político que buscaba legalizar la gestación subrogada en el Congreso. “Yo fui a una asociación feminista a contar nuestro caso, como miembro de una organización que buscaba promover este cambio legislativo”, dice Juan: “fui a la boca del lobo con el fin de hacer entender cómo funciona el proceso y por qué pensamos que debe legalizarse y, a día de hoy, creo que hay mucha gente que habla sin tener ni idea”, sentencia.
Juan, de hecho, habla en varias ocasiones de “falta de madurez” de una sociedad que no es capaz de ver que la gestación subrogada “es una forma más” de crear una familia. No obstante, la legislación española sigue dando pasos en contra de este procedimiento de “adopción”, que para muchos gobiernos es una forma de explotación reproductiva.
Para Alberto, la conclusión es tajante: “a pesar de ser un tema poliédrico, para mí existen muy pocas excepciones que justifiquen el comprar a un ser humano o alquilar un órgano”. Tras toda su vida laboral dedicándose a analizar cuándo y por qué una persona es idónea para hacerse cargo de una criatura, para el psicólogo es inconcebible que alguien pueda convertirse en madre o padre únicamente por el hecho de tener “una situación económica saneada”.



