La Operación Biquini y el negocio de la inseguridad: ¿libertad o presión social?

Abres TikTok. Varias exconcursantes de La isla de las tentaciones promocionan una clínica estética.
«Lipo, transferencia de grasa a glúteos.»
Deslizas unos cuantos vídeos.
«Acompáñame a ponerme ácido hialurónico.»
Decides cambiar de red social. Esta vez, un reel de Instagram:
«Cómo conseguir el cuerpo soñado para verano.»
«La verdadera complexión media» (chicas que pesan 35 kg).

Un bombardeo continuo de imágenes retocadas, cuerpos normativos «perfectos». Y de nuevo esa palabra: perfectos, porque lo bello es delgado, plano y liso. No queremos ver estrías, ni celulitis, ni mucho menos granos o pelos.

Encajar en «el molde»

Es el ciclo de cada año. Llega el calor y con él, la «Operación Biquini». De repente, el cuerpo que has habitado todo el año ya no es suficiente. No es digno de mostrarse en la playa o la piscina sin antes haber sido moldeado, reducido, afinado. Y la presión es constante. Dietas relámpago, entrenamientos extremos, ayunos intermitentes. Y si eso no es suficiente, las soluciones rápidas están al alcance de cualquiera con el dinero suficiente: liposucciones, inyecciones, cirugías estéticas «milagrosas». No importa si hay riesgos o si el resultado es artificial. Lo importante es encajar en ese molde.

Tienes hambre, un antojo enorme de un buen sándwich con pavo y queso fundido. Pero mejor unas nueces, que el verano ya está aquí…
Vuelves del trabajo famélica. Apenas has comido, así que decides permitirte el lujo de una pizza.

Empieza la pesadilla. Tu cabeza, como una peonza, gira sin parar:
«Todo lo que estaba consiguiendo, para nada.»
«Madre mía, ¿cuántas calorías tiene esto?»
«En el gimnasio voy a tener que esforzarme más.»
«Mañana compenso y como poco.»

El círculo vicioso lleno de culpa

Este ciclo de culpa y control está tan normalizado que pocas veces nos detenemos a cuestionarlo. La llamada “Operación Biquini” se ha convertido en una tradición no escrita: cada año, con la llegada del calor, se impone la idea de que debemos “preparar” nuestro cuerpo para el verano. Como si un cuerpo que existe, que habita, que es funcional, no fuera suficiente por sí mismo. Como si solo tuviera derecho a disfrutar del sol y la playa si cumple con los estándares impuestos.

Pero este fenómeno no es espontáneo. Las redes sociales han amplificado la obsesión por los cuerpos perfectos, convirtiendo en aspiracional lo que es, en muchos casos, inalcanzable. Si antes la presión se ejercía desde revistas y televisión, ahora el impacto es masivo y omnipresente. Los filtros de belleza modifican rostros en tiempo real, las aplicaciones de retoque borran cualquier “imperfección” y, lo más preocupante, la cirugía estética se promociona como si fuera un pintalabios nuevo.

Un simple scroll en redes muestra decenas de anuncios de clínicas estéticas ofreciendo tratamientos de liposucción, rinoplastia y aumento de labios con la misma naturalidad con la que se anuncia una nueva colección de moda. Procedimientos quirúrgicos que antes eran exclusivos de unos pocos ahora están al alcance de cualquiera con financiación a plazos y descuentos por tiempo limitado.
«Haz tu cambio antes del verano», «Renueva tu imagen con este retoque», «No dejes pasar la oferta». La industria estética capitaliza inseguridades y las redes sociales son su escaparate más eficaz.

La cultura de la apariencia perfecta

Es cierto que cualquier persona que tenga los medios tiene derecho a realizarse cambios en su cuerpo. Pero la pregunta clave es: ¿realmente lo hacemos por decisión propia o porque el sistema nos empuja a encajar en su molde? No se trata solo de la libertad de elección, sino de analizar hasta qué punto estas elecciones están condicionadas por una presión constante.

La Operación Biquini no es solo una dieta o un retoque estético. Es el reflejo de una cultura que asocia el valor de una persona a su apariencia, especialmente en el caso de las mujeres. Y mientras sigamos normalizando este ciclo, seguiremos atrapados en un bucle de insatisfacción infinita, donde la belleza siempre es un ideal inalcanzable y la felicidad se mide en números en una balanza.

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