El 25 de abril de 2023, Alberto Lejárraga celebró el ascenso del que era su equipo entonces, el Marbella Fútbol Club, con una foto que desafiaba las normas impuestas por la masculinidad hegemónica en el fútbol: un beso con su pareja Rubén Fernández.
Aquella imagen se volvió viral y marcó un hito en un deporte que, a pesar de los avances en otros ámbitos, sigue siendo un baluarte del machismo y la heteronorma. Hoy, después de dos ascensos y con una mayor visibilidad, el futbolista reflexiona sobre lo que significó aquel momento y las barreras que aún persisten en el fútbol.
El valor de ser uno mismo
El portero acaba de instalarse en Madrid, donde a partir del receso invernal defiende la portería de la UD San Sebastián de los Reyes, compitiendo en la Segunda RFEF. En el ámbito futbolístico, logró dos ascensos a Segunda RFEF en 2023, y a la Primera RFEF en 2024 con su ex club, el Marbella.
Pero en lo personal, ganó valor y mostró su valentía al compartir dicha foto, ya que este hecho ha abierto una puerta hasta ahora cerrada; el primer futbolista profesional de España en vivir libremente su sexualidad.
Muchas gracias por estar siempre a mi lado, en las buenas y en las no tan buenas! Esta vez nos tocó vivir lo bonito de esto! GRACIAS ❤️ ❤️ pic.twitter.com/gwsvZQztDW
— Alberto Lejárraga (@alberto_leja) April 25, 2023
Ha recibido muestras de apoyo, pero también críticas y ataques en redes sociales. “Siempre hay comentarios que buscan hacer daño, pero lo importante es que también hay gente que se siente representada. Me han escrito personas diciéndome que mi foto les ayudó a aceptarse, y eso lo vale todo”, asegura Alberto después de más de un año de la publicación.
El fútbol masculino sigue siendo un terreno hostil para la diversidad sexual. A diferencia de la categoría femenina, donde existen referentes abiertamente LGTBI+, la Primera División masculina en España sigue sin contar con un solo jugador abiertamente homosexual o bisexual.
“La razón es sencilla: el miedo. Miedo al rechazo, al vestuario, a los insultos desde la grada, a perder oportunidades. Y es comprensible, porque el fútbol sigue anclado en una cultura donde ser hombre es sinónimo de ser fuerte, rudo, heterosexual”, explica Lejárraga.
El camino aún es largo. “Yo tuve suerte de estar en un club donde siempre me apoyaron, pero sé que no todos los jugadores tienen esa suerte”, reconoce. La transformación debe venir desde la educación, desde una deconstrucción de la masculinidad que permita a los niños crecer sin miedo a expresar quienes son, dentro y fuera de la cancha.

El vestuario como escuela: la base del cambio
El fútbol, estructurado sobre una base patriarcal, ha sido entonces un fiel formador de la figura del hombre macho, fuerte, no homosexual, y no femenino. Esta idea convierte a los vestuarios en espacios de homogeneidad forzada, donde cualquier desviación de la norma es castigada con burlas o exclusión, la mayoría además vinculadas a la femineidad como algo ‘malo’.
“Cuando creces en el fútbol, la presión por encajar es enorme. Aprendemos desde pequeños a evitar cualquier actitud que pueda hacer dudar de nuestra masculinidad. Y eso es agotador. Dedicarme al fútbol me ha echado muy para atrás en poder contar mi sexualidad”, confiesa el portero.
El miedo a no pertenecer ha hecho que muchos jugadores oculten su orientación sexual. “Si un futbolista no ‘sale del armario’, no es porque no quiera, es porque tiene miedo de lo que eso pueda significar para su carrera. Y no es un miedo infundado, hay mucho prejuicio todavía. Yo no he pensado nunca en dejar el fútbol por mi sexualidad, pero antes pensaba en mantenerla oculta para no tener consecuencias negativas”, señala Lejárraga y concluye: “Cuando dejemos de pensar en qué debe ser un hombre o qué debe ser un futbolista, el fútbol será realmente un deporte para todos”.
El fútbol femenino como bandera LGTBI+
El fútbol femenino muestra otra cara con respecto a la inclusión. La diferencia radica en que sigue el mismo patrón del masculino, pero a la inversa. En los equipos femeninos, lo ‘distinto’ es ser heterosexual. La aceptación de la homosexualidad en el fútbol femenino no es porque haya menos prejuicios en la sociedad en general, sino porque la masculinidad que se ha construido dentro de estos equipos permite esa apertura.
No se la cuestiona de la misma manera que en el fútbol masculino. Esto evidencia cómo el problema no es solo la homofobia, sino la estructura misma que define qué es ‘normal’ en función del género.
La raíz del problema no está solo en el deporte masculino, sino en la educación y en una estructura social que refuerza desde la infancia el modelo de ‘masculinidad’ en el fútbol, sin importar género.
“Nos enseñan que el futbolista no llora, que tiene que ser fuerte, que la feminidad es algo negativo. Y en el vestuario eso se multiplica por diez”, explica el futbolista. Esta educación patriarcal no solo perjudica a los jugadores LGTBI+, sino que limita la expresión de hombres y mujeres dentro del deporte.
Falta de referentes, pero la importancia de los pocos
En el fútbol profesional, la falta de referentes es un problema que se retroalimenta. Si no hay jugadores visibles, los jóvenes que aspiran a ser futbolistas crecen sin ejemplos que les permitan imaginarse en ese espacio sin miedo ni ocultamientos. “Es imposible ser lo que no se ve”, explica Lejárraga.
A pesar de los obstáculos, Alberto cree en el cambio y en el poder de estos pocos: «si mi gesto sirvió para que un chico se sienta un poco más libre, entonces valió la pena. Y espero que en el futuro no haga falta que hablemos de esto, porque significará que ya hemos superado esta barrera».
Mientras tanto, el fútbol sigue en deuda con la diversidad. La inclusión real no llegará hasta que no comience a haber cambios estructurales que permitan que todos los jugadores -sin importar su orientación sexual- puedan vivir su sexualidad sin miedo. Para ello, es clave romper con la educación patriarcal que impone un modelo único de masculinidad y empezar a construir un deporte donde ser diferente no sea motivo de exclusión.



