Solo sí es sí

Imagen creada con IA
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Tras escuchar las duras palabras que el juez Adolfo Carretero lanzaba contra la actriz Elisa Mouliáa, me es inevitable preguntar: ¿Cómo es posible pretender que las víctimas de agresiones sexuales denuncien, cuando el sistema judicial está repleto de ejemplos como este?

“¿Pero usted le dijo que parara?”, “Según usted, ¿se sacó el miembro viril, para qué?”, “¿Pero le intentó usted bajar las bragas o algo?”, preguntó Adolfo Carretero en el juicio por el caso Íñigo Errejón, con una actitud alterada y paternalista.

Sin embargo, esta era una de las preguntas que lanzaba contra el exdiputado: “¿No será a lo mejor que usted le prometió a esta señora o algo salir con ella y al no hacerle caso ha sido por represalia o algo así?” Condicionando la respuesta del exdiputado y mostrando una postura completamente imparcial e indignante.

Ejemplos de revictimización en el sistema judicial español

  • «¿Cerró bien las piernas? ¿Cerró toda la parte de los órganos femeninos?» — la jueza María del Carmen Molina Mansilla durante un proceso judicial por agresión sexual de una mujer por parte de su expareja.
  • «¿Era su hija ligona?» Caso Nagore Laffage, asesinada por José Diego Yllanes en Pamplona durante las fiestas de San Fermín en 2008.
  • Sentencia Caso “La manada”: un «ambiente de jolgorio y regocijo», así describió el magistrado Ricardo González los hechos sucedidos durante las fiestas de San Fermín en 2016.

Revictimización: una forma de violencia institucional

Es completamente indignante que la legislación española base los casos de agresiones sexuales en el consentimiento de la víctima, pero que las preguntas de los jueces y juezas durante los juicios sean de este tipo.

La revictimización es una forma de violencia institucional que ocurre cuando una víctima de agresión sexual o violencia de género, al buscar justicia o apoyo, es sometida a un trato que perpetúa el daño sufrido.

En este tipo de casos, hemos podido observar cómo en lugar de recibir comprensión y reparación, estas personas son cuestionadas, juzgadas o tratadas de manera insensible, agravando su sufrimiento.

Parece mentira que no nos quede claro a estas alturas que la persona que ha cometido el delito es el acusado y, en todo caso, es SIEMPRE el que debe demostrar su no culpabilidad y nunca al revés. Las víctimas de agresiones sexuales nunca deberían demostrar la culpabilidad del agresor.

Minimizar el delito o exigir implícitamente pruebas de “pureza” o resistencia no solo refleja una falta de empatía, sino también una profunda ignorancia sobre las dinámicas del trauma y las realidades de la violencia de género.

La percepción social de las agresiones sexuales

Uno de los mayores problemas presentes es la imagen colectiva equivocada que presenta la sociedad de las agresiones sexuales. La percepción social sobre las agresiones sexuales sigue anclada en un estereotipo que poco tiene que ver con la realidad.

La imagen predominante es la de una mujer atacada por un desconocido en un callejón oscuro, gritando y resistiéndose mientras un hombre la agrede brutalmente. Si bien este tipo de violaciones ocurren, representan solo una pequeña fracción de los casos.

La mayoría de las agresiones sexuales no se producen en lugares aislados ni en circunstancias de violencia explícita, sino en entornos cotidianos: el hogar, la oficina, una fiesta, o incluso en una relación de pareja.

Según las estadísticas, un alto porcentaje de agresores son personas conocidas por la víctima: parejas, amigos, familiares o compañeros de trabajo. Esta proximidad emocional y social dificulta enormemente la identificación y denuncia de los abusos, ya que las víctimas suelen enfrentarse a sentimientos de culpa, vergüenza y miedo al rechazo o la incredulidad de su entorno.

Agresiones sexuales en el ámbito de la pareja

En el ámbito de la pareja, las agresiones sexuales son una realidad invisible para muchas personas. La idea errónea de que dentro de una relación todo está permitido perpetúa situaciones de abuso, donde el consentimiento es ignorado y las víctimas sienten que no tienen derecho a negarse.

Estas agresiones son especialmente devastadoras porque rompen la confianza más íntima y suelen quedar silenciadas por miedo a las represalias o por no ser consideradas «verdaderas violaciones».

Por otro lado, las agresiones sexuales producidas por menores de edad a otros menores de edad, donde la ignorancia, el trauma y el bloqueo emocional se apoderan de la víctima, también son una problemática grave.

El miedo

Cuestionar los hechos de la manera tan patriarcal, paternalista y abusiva en la que algunos de los jueces y abogados lo hacen debería estar completamente penado. La justicia no puede ser una nueva forma de violencia.

Las víctimas merecen ser escuchadas, respetadas y reparadas, no sometidas nuevamente al juicio de una sociedad que ya las ha abandonado una vez.

Asún Casasola, madre de Nagore Robles, la joven asesinada en manos de José Diego Yllanes, se lamentaba de la culpabilización de las víctimas y expresaba: “A su hija la mataron porque dijo que no. Y a las víctimas de agresiones sexuales se les cuestiona por qué no dijeron que no”. Creo que la respuesta ha quedado demasiado clara.

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