El heroin chic y los trastornos alimenticios son una peligrosa combinación que afecta nuestra percepción del cuerpo. Cada enero, nos enfrentamos al autocastigo en un intento por “recuperar el cuerpo de antes” tras los excesos navideños.
¿Por qué cada exceso que hacemos en la mesa se traduce en una doble sesión de gimnasio? ¿Qué nos lleva a querer recuperar “el cuerpo de antes” tras haber ganado un kilo si hemos disfrutado cada comida en Navidad? El heroin chic, las redes sociales y el culto al cuerpo: la peor combinación para construir el trastorno alimenticio perfecto.
El impacto del heroin chic en los trastornos alimenticios
Cada mes de enero, la sociedad nos recuerda que las navidades se han acabado y, con ellas, se marcha el placer de poder comer sin remordimientos. Así piensa toda una generación, marcada por el heroin chic y las supermodelos de los 90’s y los 2000’s, que mientras se come un polvorón está ya pensando en la tabla de ejercicios que lo va a quemar.
La verdadera tristeza de pensar así reside en el autocastigo que supone el tener que “compensar” los excesos que hacemos con placer mientras disfrutamos de una cena con nuestros seres queridos. ¿Por qué necesitamos “bajar esos kilos de más”? ¿Por qué nuestro cerebro funciona con un sistema de premios y recompensas? ¿Cómo influye en nuestra autoestima castigarnos por ver cambiada nuestra imagen en el espejo?
El origen de un problema pesocentrista
“El problema proviene de vivir en una sociedad pesocentrista: si enfocamos el cambio de hábitos en función del cambio del cuerpo hay un error de base porque no podemos elegir nuestro cuerpo a la carta”.
Lidia Folgar, nutricionista, se dio cuenta hace años de que para abordar de manera correcta un cambio de hábitos hacía falta hacerlo desde un punto de vista psicológico también: “al basar la evolución y los progresos en la mejora de hábitos alimenticios nos estamos equivocando.
Nos da la falsa impresión de que si yo tengo un cuerpo que encaja en los cánones no tengo que esforzarme y al contrario; si tengo un cuerpo que no encaja en la norma debo aumentar mi nivel de esfuerzo”, explica.
Desde hace casi dos décadas, trata a sus pacientes para mejorar su autoestima en lugar de su aspecto físico, “olvidándonos del peso y los centímetros”. Entre sus pacientes hay personas de todo tipo, aunque mayoritariamente tratan a mujeres de entre 30 y 50 años: “es una cifra triste, pero sabemos que el 90% de los pacientes con TCA son mujeres”.
Esta cifra, explica, podría derivar de la diferente concepción del cuerpo desde el punto de vista femenino y masculino: “las mujeres basamos nuestra autoestima en el aspecto de nuestro cuerpo y los hombres en cómo funciona su cuerpo”.
Por esto, cuando ellos desarrollan una mala relación con la comida suele tener que ver con un deseo de tener más músculo o construir un cuerpo “de gimnasio”, aunque Folgar insiste en que esto son generalizaciones y cada paciente es diferente.
El legado del cambio en los cánones
La generación que creció en los 90’s y los 2000’s, explica, “tiene una mentalidad muy centrada en las dietas: hay alimentos buenos y malos y si nos excedemos con algo tenemos que compensarlo después, lo que favorece una conducta abusiva en los momentos en los que está socialmente aceptado que se cometan esos excesos”. La restricción posterior, “ya sea física o cognitiva”, produce ansiedad desde el momento en el que se comete el exceso hasta el momento en el que se intenta compensar, dice la nutricionista.
El cambio de los cánones ha hecho que los TCA evolucionen “pero no han desaparecido, sino que han aumentado”, explica Folgar.
“Nuestros pacientes más jóvenes buscan comer muy sano y aumentar ciertos grupos de alimentos mientras restringen otros para conseguir esos cuerpos fit de gimnasio, que no siempre son reales y pertenecen a personas que se dedican a vivir de su cuerpo o que usan filtros para parecerse más al cuerpo perfecto”: en opinión de esta nutricionista, las redes sociales son en gran medida culpables del aumento de los TCA en los jóvenes.
«Consumimos lo que el algoritmo quiere»
El mayor problema de las redes, en opinión de esta nutricionista, es que “consumimos lo que el algoritmo quiere: estamos sesgados y muchas veces sobreinformados, además de que se dan por buenas afirmaciones “científicas” que no tienen base ni están demostradas”. La estética de las personas a las que seguimos, como cabe esperar, también juega un papel clave: si nuestro feed está lleno de personas con cuerpos normativos, musculados o extremadamente delgados pensaremos que es la norma y que nuestro cuerpo está mal.
“Debemos hacer un esfuerzo consciente por saber que no todas las personas que dedican su vida a entrenar y comer sano tienen el mismo cuerpo, solo tenemos que pensar en el odio que recibió la waterpolista Paula Leitón el pasado verano por tener un cuerpo que no encajaba en lo que la sociedad entiende como deportista de élite”, insite la nutricionista.
No obstante, en contraposición con estas desventajas, la visibilidad que ofrecen las redes sociales ha hecho también que muchas personas se hayan dado cuenta de que su relación con la comida no era sana. “Tenemos alguna paciente que se ha enterado a los 50 años de que toda su vida ha tenido un trastorno alimenticio y ahora ha buscado ayuda”, reconoce Lidia Folgar.
Insatisfacción frente a funcionalidad
La mayor diferencia entre hombres y mujeres que acuden a las consultas de los nutricionistas radica en la razón que los lleva a pedir ayuda: “las mujeres acuden habitualmente por insatisfacción con su físico, mientras que los hombres acuden porque hay un problema de
salud que hace que su cuerpo ya no cumpla la función que esperaban”. Que el 90% de las personas que sufren un TCA sean mujeres es, evidentemente, un problema cultural y no biológico, “puesto que las mujeres basamos nuestra autoestima en el aspecto de nuestro cuerpo” y este aspecto viene determinado por la sociedad.
Teniendo en cuenta esta problemática, Lidia Folgar y su equipo multidisciplinar, formado por nutricionistas y psicólogas, trata de “resetear” el cerebro de cada paciente para “reeducar su cerebro y hacer que suelte todos sus lastres para lograr una relación buena con la comida”. Su abordaje, alejado de kilos y centímetros, es único en Pontevedra (por ahora) y casi pionero, puesto que no hay ninguna otra clínica que trate a sus pacientes desde un punto de vista psicológico de forma tan exhaustiva.
Después de varios años trabajando con este abordaje, pueden hablar de “un cambio de paradigma en el que ya no se habla de cuerpos, ni en positivo ni en negativo”, pero todavía queda mucho por hacer para desterrar los mitos y las dietas que nos obligan a “recuperar el cuerpo de antes” de las navidades, del embarazo, de una enfermedad…



