Almas gemelas
Me gustaría tener una casa en el campo, vivir con nuestros pequeños y que tú estuvieras a mi lado, que nos riamos como siempre solemos hacerlo, escuchar atentamente tus palabras de la misma manera que tú lo haces con las mías. Abrir los regalos de Navidad sin miedo a las caras de “me gusta por compromiso”; eres tan detallista que siempre vas a elegir exactamente lo que quería, aun sin haberlo verbalizado. Llorar sin sentirme juzgada, aunque no tenga un porqué. Ver nuestras series favoritas y comentarlas a cada segundo para acabar no enterándonos de nada. Vivir una vida contigo, mejor amiga, sería más fácil, más feliz.
Un problema de coj****** (nunca mejor dicho)
El déficit masculino no es un término ficticio sacado de la Universidad de Hogwarts. La socóloga Maike van Damme, del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de Barcelona, muestra cómo el déficit masculino es del 34% entre las mujeres que buscan hombres que posean valores igualitarios y del 25% si se centran en el nivel educativo. Básicamente, esto prueba que, si eres una mujer feminista, deconstruida, empoderada y con estudios superiores, permíteme decirte que estás jod***a.
Y bueno, precisamente de esto trata el déficit: ¿Joder o no joder? Esa es la cuestión. Como mujer feminista, son muchas las ocasiones en las que una se plantea: ¿En serio estoy siendo tan sumamente imbécil de mirar hacia otro lado por el mero hecho de pasar el rato con este tío? Esto no se produce en un ámbito meramente sexual; la investigación nos muestra cómo una de cada tres mujeres con estudios universitarios corre el riesgo de quedarse soltera a no ser que decida emparejarse con hombres que no presenten el mismo nivel de valores igualitarios o menor formación.
Hablando en plata: o te quedas sin pareja o te conformas con aguantar comentarios del tipo: “Hay muchas prostitutas que lo hacen porque quieren…” (hablas sobre la abolición de la prostitución) o con creer que poner una lavadora y tenderla una vez al mes es “ayudar” en casa.
El mito del amor a la antigua
Solemos creer que el amor a la antigua era más puro, más verdadero… Sin embargo, analizando la situación en frío, creo firmemente que antes las mujeres soportaban, aguantaban, masticaban y tragaban todo lo que les venía encima por dos sencillas razones: en su mayoría dependían económicamente del marido y, por otro lado, eran muchas las que no podían permitirse poseer estudios, lo que provocaba una inmensa falta de información, poder y, en consecuencia, sumisión.
Mejor amigas que mal acompañadas
Aunque por el momento suene a delirio, creo que muchas mujeres, con el paso del tiempo, decidirán vivir con sus mejores amigas y tener una feliz vida al lado de una persona que, desde siempre, ha cumplido con los requisitos básicos de adulta funcional. Una persona que sabe escuchar, que entiende a la perfección que las tareas del hogar se dividen por igual entre los miembros que lo habitan, que posee unos valores igualitarios sólidos y que nunca intercedería de forma dañina en la crianza de los hijos.
Delirios aparte, es importante ser conscientes de que las decisiones que tomamos en el presente son las consecuencias de un futuro. El hecho de estar con una persona que, hablando en plata, “no sabe estar a la altura” de los estándares que las mujeres de hoy requerimos es conformarse con una vida poco plena.
El cambio masculino: una posibilidad real
No es el fin del mundo. El cambio masculino es posible, claro que sí. No estamos condenados a vivir en un mundo donde los hombres sigan siendo emocionalmente analfabetos por defecto. Es más, hay esperanza, aunque a veces parezca que está tan lejos como el cargador del móvil cuando ya tienes el 1% de batería. Por suerte, son cada vez más los hombres que son conscientes de la importancia del feminismo y que han decidido deconstruirse.
El cambio es posible porque ya lo estamos viendo. Hombres que se atreven a ir a terapia, que leen libros sobre feminismo, que intentan entender qué significa la palabra «carga mental«. No es un cambio inmediato ni perfecto, pero ahí está.
Así que sí, el déficit masculino es real, pero no es una condena. Con un poco de autocrítica, mucho sentido del humor y, sobre todo, el ejemplo de esas mejores amigas que siempre han estado ahí, el cambio es más que posible. Es necesario.



