En memoria de Ruth Olate y a todas las trabajadoras domésticas invisibilizadas en cualquier parte del mundo.
El trabajo doméstico es una actividad que existe desde la antigüedad, no obstante, dependiendo las épocas históricas y los contextos es posible percibir cambios y algunas continuidades y resabios que se arrastran desde su pasado vinculado a la esclavitud. Entre los principales cambios se encuentra el reconocimiento de esta actividad como ‘un trabajo’, sin embargo, persisten las discriminaciones históricas sufridas por este colectivo y gremio.
A propósito del libro No somos nanas. Memorias de Ruth Olate (2019), y de la reciente muerte de esta –el 22 de octubre de 2024–, quien fue una activista social, dirigenta y formadora del Sindicato de Trabajadoras de Casa Particular (SINTRACAP) que lideró en Chile la discusión sobre el trabajo doméstico me interesa reflexionar sobre la lucha que esta y muchas otras mujeres han emprendido por el reconocimiento y dignidad de su trabajo, pero también respecto al lugar que ocupa esta colectividad, conformada en gran medida por mujeres de clases desfavorecidas en la propia lucha feminista.
El texto pretende destacar un tema que ellas mismas han puesto sobre la mesa, el hecho de que se les reconozca su trabajo por el nombre que corresponde y no con otras denominaciones que infantilizan, minorizan e incluso humillan, encubriendo la importancia de su labor para cualquier sociedad, como lo son: “la nana” en el caso chileno, “la criada”, “la sirvienta”, “la doméstica”, “fregona”, “la asistenta”, “fámula”, “cachifa” etc.
El trabajo doméstico, un trabajo invisible
Señala Ruth Olate, “Al poco andar, pude darme cuenta de que este es un trabajo invisible: solo se ve cuando no se hace” (p. 6). El trabajo doméstico ha sido uno de los bastiones más importantes del feminismo, dar visibilidad y reconocimiento a este trabajo ha sido uno de sus principales objetivos ya que, por un lado, se vincula a la ya conocida división del espacio social entre público y privado, relegando a las mujeres a este último y en consecuencia a realizar trabajo no remunerado –supuestamente no productivo– consistente en labores domésticas (limpiar, cocinar, lavar, planchar, etc.) y de cuidados, principalmente de sus hijos/as u otros menores, pero también de otras personas, como ancianos o familiares en estado de dependencia.
Y, por otro lado, tras la salida de las mujeres al mercado laboral han aflorado otras problemáticas de género (1) como la conciliación y la llamada ‘doble jornada’,(2) ya que el ingreso de las mujeres al mundo del trabajo no las ha librado de las llamadas ‘labores de su sexo’, algunas de ellas, las de sectores más privilegiadas pueden optar a la ‘contratación’ (3) de otra mujer para que haga las labores que ella antes realizaba al interior de su hogar.
Esto, sin duda, ha significado la posibilidad de una fuente laboral para muchas mujeres de los sectores más vulnerables y empobrecidos, pero al mismo tiempo la perpetuación de condiciones de explotación, minusvaloración y marginación. Así, mientras muchas mujeres pueden estudiar y trabajar para lograr la tan anhelada emancipación, muchas otras realizan trabajo doméstico remunerado en condiciones precarias, que lejos de brindarles una oportunidad de movilidad social las sume en un desgaste físico y emocional, que no les ofrece garantías ni seguridad social al término de su trayectoria laboral (4).
“Trabajadoras de segunda clase”
Ruth Olate, se refiere a las trabajadoras de casa particular como “trabajadoras de segunda clase” (p. 6) o categoría, con la intención de dar cuenta de la histórica omisión y desprotección que este colectivo ha sufrido respecto a los demás trabajadores/as, en este sentido, equipar sus condiciones laborales a otros gremios ha sido una lucha que ha requerido la organización de muchas mujeres en distintos lados del mundo y la concientización de las condiciones estructurales e históricas que de una u otra forma regulan su trabajo: “En Chile, así como en gran parte de América Latina y el mundo, el trabajo doméstico todavía es un resabio de la esclavitud y de las relaciones de inquilinaje que existían en los antiguos fundos. Con los años, el servicio doméstico se ha formalizado como un trabajo regulado, pero mucha gente todavía piensa que por tener una empleada doméstica en su casa cuentan con una especie de sirvienta –o derechamente una esclava–” (p. 29-30).
En esa lucha por equiparar sus condiciones laborales a los demás trabajadores/as ha sido fundamental el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), un acuerdo sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos que regula y asegura “condiciones dignas a las 60 millones de personas que se dedican a esta labor” (p. 16), y que se selló en Ginebra (Suiza) el año 2011, y donde participó Ruth Olate. Sin embargo, sin la ratificación de este convenio en los respectivos países, este se convierte en un documento con buenas intenciones, pero sin ninguna repercusión en las vidas de estos trabajadores/as ni resguardo legal. De hecho, fue recién en 2014 cuando en Chile comenzaron a cristalizarse algunas leyes que regulan el trabajo doméstico, destacándose la reducción de la jornada laboral de 72 a 45 horas semanales, (5) equiparándose a los demás trabajadores/as, jornada que por lo demás había sido regulada el año 2005, dando cuenta de la evidente discriminación y retraso en el reconocimiento de sus derechos que este colectivo siempre ha sufrido.
Respecto al Convenio 189 de la OIT, Chile lo ratificó recién en 2015, sin embargo, el panorama a nivel regional y global es aún poco alentador, a la fecha sólo 38 países han ratificado el convenio. Incluso en Europa “las condiciones no son muy diferentes a las del ‘tercer mundo’” (p. 31), España se adhirió al convenio muy recientemente, el año 2023, y otros países como Francia, Austria, Chequia, Grecia, Países Bajos, Polonia aún no lo hacen, por su parte los principales países de Norteamérica (Canadá y Estados Unidos) tampoco. La situación de este colectivo siempre ha estado en desventaja respecto a los demás trabajadores/as, y muchos de los derechos que actualmente se conciben como básicos y fundamentales –como el contar con un contrato laboral, vacaciones y licencias médicas remuneradas, seguridad social, indemnización por despido, etc.– en el caso de las trabajadoras domésticas no está completamente regulado en muchas partes del mundo. Por ejemplo, en el caso español, la Ley de Prevención de Riesgos Laborales (año 1995) que protege y engloba a los trabajadores excluye a las trabajadoras del hogar familiar (Pico, p. 295)(6), hasta el año 2023, aprobándose la normativa recientemente en septiembre de 2024 y siendo obligatoria a partir de 2026.
¿Cuál es el rostro del trabajo doméstico remunerado?
Si algo es indiscutible es que históricamente el trabajo doméstico remunerado y no remunerado tiene rostro de mujer, sin embargo, aunque en el colectivo ‘mujeres’ compartimos muchas de las discriminaciones, maltratos y violencias del machismo y del sistema sexo-género, no a todas nos afecta por igual, sobre esto el propio feminismo tiene diversos posicionamientos y perspectivas, entre las más conocidas ‘la interseccionalidad’, propuesta por los feminismos afrodescendientes, y que se ha nutrido por otros, como los decoloniales.
Así, el trabajo doméstico remunerado no sólo tiene rostro de mujer, sino que en su mayoría son mujeres indígenas, migrantes, solteras, con poca o sin educación y pobres como señala la propia Ruth Olate (p. 7). Es en el cruce de estas variables sumado a la situación particular de las trabajadoras que las posibilidades de mejorar sus vidas se ven mermadas, siendo el trabajo doméstico remunerado, más que una oportunidad un bucle que las mantiene en la pobreza y la marginación social, ya que muchas de las que trabajan ‘puertas adentro’ o de manera ‘interna’ no tienen redes de apoyo en el exterior ni las pueden generar dados sus escasos días libres, extenso horario laboral, escasez económica para realizar otras actividades, etc. De hecho, “cada año son cientos los casos de mujeres latinoamericanas, asiáticas y africanas que son víctimas de la esclavitud doméstica o de la trata de personas para este fin. Mujeres pobres de Senegal, que sufren abusos sexuales por parte de sus empleadores en Madrid. Mujeres pobres de Indonesia, que trabajan más de veinte horas sin recibir salario en Arabia Saudita. Mujeres pobres de Filipinas, encerradas y azotadas en Hong Kong. Y la lista suma y sigue.” (31)
Llamar las cosas por su nombre: fricciones en el feminismo
Respecto a este tema me parece fundamental no sólo suponer o teorizar sobre el trabajo doméstico, sino principalmente escuchar las voces de estas mujeres, voces que son difíciles de encontrar en los debates o en la literatura en su sentido genérico, no ocurre lo mismo respecto a los datos sobre el trabajo doméstico, sin embargo, como he querido destacar en este texto, muchas de ellas aún no tienen la posibilidad de hablar, es decir de ser ‘sujetos’, ya que ser sujeto significa “poder ‘aparecer por la palabra y por la acción’ en el mundo público y privado” (Collin, 2006, p. 31), (7) por supuesto, ese silencio es resultado de su propia condición de subalternidad, la que al menos podría resquebrajarse si estamos dispuestas/os a escuchar y a cambiar conductas que podrían parecer insignificantes, pero considero que no lo son, por ejemplo, el hecho de llamar su labor como corresponde, ya que como sabemos el lenguaje sí impacta la realidad a la que alude.
De las tantas ideas y experiencias que expone Ruth Olate en sus memorias, me impactaron particularmente dos afirmaciones. La primera, cuando señala: “A las trabajadoras de casa particular no nos gusta nuestro trabajo. Salimos a trabajar en esto porque es la única forma que tenemos de subsistir y de ayudar a nuestras familias” (p. 5), me parece que una cosa es imaginar que es un trabajo que probablemente no realizarían si tuvieran otra opción, pero otra cosa es escucharlo de su boca, y esto en gran parte es porque se han enfrentado a condiciones de trabajo indignas y, peor aún, a la discriminación sistemática. La segunda, cuando dice: “Te ponen un nombre así, como que fuera una cosa cercana, de su propiedad: la nana de la familia. (…) Yo les digo que no somos nanas. Si queremos tener derechos, si queremos tener reivindicaciones, que se nos respete como trabajadoras. Porque eso somos: trabajadoras” (p. 30).
«Te ponen un nombre así, como que fuera una cosa cercana, de su propiedad: la nana de la familia. (…) Yo les digo que no somos nanas»
A propósito del título del libro, nana, es un concepto cotidianamente utilizado en el contexto chileno para referirse a las trabajadoras de casa particular, ampliamente legitimado por las clases dominantes y aspiracionalmente utilizado por las clases medias. Además, como la propia Ruth Olate señala, ‘las nanas’ son un colectivo que ha sido invisible para muchas feministas, ya que “al igual que el patriarcado obligó a la mujer a quedarse en la casa, una parte del feminismo explotó a la mujer pobre con el mismo propósito” (70), replicándose muchas veces el maltrato y las relaciones jerárquicas por razón de raza y clase entre las propias mujeres.
Como bien afirma Ruth Olate, en la lucha feminista “todas servimos, ninguna sobra” (p. 70), y en ese sentido una mujer que se identifica o autodenomina feminista debería, por un lado, respetar los derechos labores de otras mujeres y, por otro, reconocer su trabajo y llamarla como corresponde, trabajadora. Finalmente, resalta Ruth Olate que, sin ellas, las otras mujeres, las empleadoras, no podrían realizarse profesionalmente, “Si no estamos nosotras, ¿quién cuida a sus hijos? ¿Quién cocina?” (p. 78), preguntas que me parecen vigentes y clave no sólo entre las feministas, sino en toda la sociedad, considerando la crisis de cuidados que actualmente afrontamos.
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- Sáez, Camila. No somos nanas. Memorias de Ruth Olate. Ediciones Caliche, 2019.
- Expresión que se refiere a ese doble rol que las mujeres asumen, como trabajadoras fuera del hogar (espacio público) y el que realizan en sus hogares (espacio privado), realizando una doble jornada laboral.
- Lo pongo entre comillas porque en la actualidad muchas de las trabajadoras domésticas no cuentan con contratos laborales y desempeñan su trabajo en condiciones de informalidad y precarización laboral.
- Ejemplo de esto es lo relatado por Ruth Olate cuando señala que la sede del sindicato se transformó en casa de acogida (“donde sirven almuerzo todos los días y siempre hay café” (p. 74) para muchas de las trabajadoras domésticas, sobre todo las de provincias y localidades rurales, que no tenían una vivienda propia donde llegar en sus días de descanso o cuando estaban desempleadas; esto debido a sus condiciones laborales irregulares o informales que no les permite ahorrar, adquirir bienes o invertir en ellas mismas, ya que muchas de ellas ayudan a sus familias a subsistir. En 2015 el gobierno les entregó una casa de acogida, en Santiago, para las trabajadoras mayores y jubiladas que no tienen otro lugar donde vivir.
- Otras de las leyes fueron la prohibición del uso obligatorio de uniformes en espacios públicos, el descanso en días feriados y sábados libres a las mujeres que trabajan puertas adentro o como internas en los hogares, y la prohibición de limpiar vidrios, medida que se aprobó tras la muerte de una trabajadora de 30 años que cayó de la planta doce mientras limpiaba los vidrios del departamento donde trabajaba en Santiago, el año 2012.
- Pico González, Bianca. “Empleadas de hogar: especial referencia a un colectivo olvidado”. Revista Internacional de la Protección Social. Vol. VIII, Nº1, 2023.
- Collin, Françoise. Praxis de la diferencia. Liberación y libertad. Icaria. Barcelona. 2006.



