Echando la mirada atrás, recuerdo la cantidad de horas invertidas delante de la televisión. Miraba películas, series, anuncios… Cualquiera que haya vivido su infancia durante los noventa y el inicio de los dos mil puede asegurar que la representación de personas del colectivo LGTBIQ+ (ya ni hablar de historias centradas en sus vivencias, más allá de la polémica Queer as Folk o The L Word) era escasa… u ofensiva.
Un claro ejemplo lo vemos en el episodio en que Carrie de Sex and the City sale con un hombre bisexual, cuya orientación es cuestionada sin parar. Pero eso no hizo que los niños, ahora adultos, de aquella época se conformaran con lo que la cultura pop nos negaba. Más bien, al contrario: la falta de referentes cultivó la imaginación.
La re-apropiación queer en la cultura pop
En el desarrollo de la identidad queer, la re-apropiación de obras muy alejadas de ser dirigidas a un público LGTBIQ+ ha sido una constante. Son, de hecho, muchos los ejemplos en los que se han “tomado prestados” contenidos cisheterosexuales al no contar con algo propio.
Quitando el ejemplo de But I’m a Cheerleader (1999), película explícitamente lésbica y donde la audiencia objetiva sí que son personas del colectivo, en otras ocasiones la queerness ha sido utilizada como manera de exagerar “rasgos de extravagancia”. En otras, la ambigüedad de ciertas partes de las tramas ha permitido interpretaciones más libres.
Tales son los casos de Soñadores (2003), donde la potencial bisexualidad de dos personajes se convierte en una característica más que sumar a un estilo de vida bohemio. Sin embargo, parece equipararse al deseo incestuoso de los hermanos.
En el caso de El club de los poetas muertos (1989), el ambiente de internado masculino desprende un cierto homoerotismo, con el plus de las continuas referencias al teatro.
Referentes queer en la historia y el arte
Esa necesidad colectiva por crear referentes siempre ha estado ahí y siempre seguirá. Solo hay que revisar la historia para darnos cuenta de ello. Por ejemplo, la imagen de Ofelia ahogada en el río, los cuadros barrocos de San Sebastián atravesados por flechas o Juana de Arco, cuya representación más andrógina aparece en Romeo + Juliet (1996).
El caso de San Sebastián es llamativo. Las interpretaciones de Pierre et Gilles o la obsesión de Mishima por un cuadro de Guido Reni demuestran la existencia de una tradición homoerótica del santo. En Confesiones de una máscara (1949), Mishima describe al santo como un joven atractivo que marca su despertar sexual.
La iconografía de Juana de Arco la define como un ser andrógino, entre una joven y un soldado. Bajo el filtro de la mirada queer, se convierte en un ejemplo inconfundible de identidad no binaria.
Referentes lésbicos y la expresión de género
En el caso de la representación lésbica, es significativo cómo la identidad se ha ligado a la expresión de género. Por ejemplo, la pareja Haruka Tenoh y Michiru Kaioh, las sailor Urano y Neptuno en Sailor Moon (1991), juega con el aspecto físico de Haruka, quien incluso resulta atractiva siendo percibida como un joven estudiante.
Más allá de la mítica Safo, también destaca la diosa Diana, único personaje femenino queer en la mitología grecorromana. La imagen de los séquitos formados solo por mujeres sigue presente en el imaginario sáfico.
En la creación del imaginario sáfico, las amistades ideales ocupan un lugar especial. En la infancia y adolescencia, el enamoramiento o atracción física a menudo se confundía con amistades intensas. Ejemplos de esto son la relación entre Tomoyo y Sakura, la aventura entre Xena y Gabrielle o la dinámica de admiración y cuidado entre Hachi y Nana.
La complejidad de personajes como Janis en Mean Girls
Un caso aparte es Janis, de Mean Girls (2004). Su trama se centra en la rabia por ser “acusada” de lesbiana por Regina George. Aunque Janis muestra códigos que podrían identificarla como queer, su final la lleva a una relación heterosexual forzada, un desenlace que parece negar su identidad.
Hablar de la vivencia lésbica y los iconos es también enfrentar problemáticas alrededor de la atracción y el género. Centrándonos en la primera, surgen preguntas como: ¿qué hombres han gustado a las lesbianas en la infancia?
Entre los ejemplos de hombres de ficción como fantasía de heterosexualidad encontramos a Lestat de Lioncourt, vampiro bisexual de Crónicas Vampíricas de Anne Rice, y Mr. Darcy, de Orgullo y Prejuicio de Jane Austen. Ambos han sido creados bajo “la mirada femenina”.
La búsqueda incansable de iconos con los que identificarnos es larga. Sin embargo, no debemos conformarnos con auto-incluirnos en culturas que no nos pertenecen. Dar espacio a artistas, creadores e historias que muestren las realidades queer es fundamental para que las nuevas generaciones puedan sentirse reflejadas en los medios.



