La nostalgia de tu yo antiguo
Miro al cielo y hay millones de estrellas brillando con intensidad. Yo también solía hacerlo…
Los árboles se mecen al compás de la brisa nocturna. Huele a noche, a calle, a vida.
Cada vez es más duro salir del pozo donde vivo. Las rocas son, por momentos, más difíciles de escalar y, aunque adore la vida fuera de él, es como si algo allí me atrapara. Necesito estar cerca.
Cuando me alejo, siento que me falta el aire, que la vida pierde sentido. Hace cuatro años comencé una relación preciosa. Él y yo nos encontramos entre un millón de personas, y la conexión fue instantánea. Siempre he pensado que estar enamorado es casi como un milagro, algo tan difícil de suceder…
La construcción de la dependencia
Al poco tiempo de empezar nuestra relación, nos fuimos a vivir juntos. Todo era intenso y maravilloso, no teníamos miedo al amor, y eso era justo lo que buscaba, perder el miedo a equivocarnos, tener decisión. Estaba dispuesta a darlo todo por él, y así fue.
Aquellas personas que hablaran mal de Héctor no formarían parte de mi vida. Mis amigas entendieron que dejara de vivir con ellas y me mudara a las afueras para vivir con él, donde los alquileres eran más asequibles.
Los días a veces eran duros. Necesitaba tenerlas a mi lado, pero la distancia, el trabajo y las rutinas lo complicaba todo. Cuando discutía con Héctor, pensaba en hablarlo con ellas, pero una parte de mí decía: No lo hagas. Si empiezas a hablarles mal de él, le cogerán manía y pensarán que es un capullo. Realmente son cosas de pareja, cosas NUESTRAS.
Las peleas empezaron a convertirse en rutina; las mentiras y las malas palabras, en costumbre en aquella casa. Sin darme cuenta, aquel piso de la calle Paloma 13, con cada discusión, se iba hundiendo; poco a poco iba enterrándose en la superficie hasta acabar llegando al subsuelo. Estaba atrapada en un pozo emocional del que no podía y, a la vez, no quería salir. ¿Y si no hay nada mejor fuera? ¿Realmente es tan malo vivir aquí?
No había salida, no había ventanas por las que escapar, ni gente a la que llamar, ni amigos con quienes hablar, ni una pareja a la que poder mirar y sentir que detrás de esa fachada oscura que mostraba seguía él, la persona de la que me enamoré. Solo me quedaba aceptar el destino que había elegido.
El empoderamiento
Pero aquella noche todo cambió. Al mirar hacia el cielo, observé que las estrellas brillaban de una manera especial y recordé que yo solía hacerlo. Una oleada de pensamientos invadió mi cabeza. Recordaba las noches de vinos y confesiones con mis amigas, lo especial que me sentía tras probarme un vestido que realzaba mi figura y bailar con él puesto hasta las cuatro de la mañana. ¿Cuándo fue la última vez que dormiste sin pensar en lo que era o no verdad de aquello que Isma te había contado sobre su día? ¿Cuántas cosas habías tenido que perdonar para poder continuar en aquella relación?
No soy loca, ni controladora, tampoco celosa. Solo intentaba sobrevivir dentro de aquel pozo emocional donde nunca debí estar, dentro de una relación que no me pertenecía con un hombre que nunca fue la persona que yo creí, o más bien que yo creé en mi mente para poder sobrellevar esa vida.
Todas las piedras que componían el pozo comenzaron a tambalearse; estaba derruyéndose y la luz invadía la sala. Ya no había nada que me impidiera salir de la pequeña cárcel que mi mente había construido. La verdad, por muy dolorosa que fuera, me había salvado.
Era libre, ahora más que nunca.



